Snow White (Mark Ryden)

martes, 2 de julio de 2013

Mariposas en el vagón (V y último capítulo)

Al fin me he lanzado a acabar con esta serie de entradas. No es que esté particularmente inspirada. Es que tener este hilo inconcluso me impide centrarme en abrir nuevos horizontes. A pesar de parecer una persona descabellada, en el fondo no soporto dejar las cosas a medias. ¡Se acabó el culebrón! Así que... demos fin a esta historia tan edulcorada y...¡a por otra cosa, mariposa!

Hoy: lo que puede salir de muchas visitas a un hospital, para bien o para mal.

Mariposas en el vagón: liberación

Esa mañana de invierno entraba el sol a raudales por la ventana de la habitación. Todo era blanco allí: la luz, las paredes, los armarios, las sábanas,  los pijamas, el suelo... era tan deslumbrante que llegaba a resultar molesto. Él se levantó de la cama y, descalzo, caminó hasta la ventana para correr la cortinilla que le salvaría del brillo invasivo. Aquella habitación de hospital adquirió entonces un aspecto ténuemente confortable. 

Se mesó la barba que había ganado en frondosidad sin que se hubiera dado cuenta y, al pasar por delante de su cama, la observó cómo quien mira al infinito del horizonte en el mar. Ella miraba fotografías con su novio, que le iba explicando qué momentos se representaban en las imágenes: una fiesta de cumpleaños, un concierto, un Fin de Año, un fin de semana en una casa rural... nada. Ella le decía con un claro sentimiento de culpabilidad que no recordaba esas fotos aunque se reconociera en ellas. Alzó la mirada como si hubiera intuído que Él la miraba infinitamente. Se sonrieron ruborizados. 

–Mira cariño –interrumpió el novio esperanzado–, aquí hay una foto de Él. Es del verano pasado, tomando unas cervezas en el bar De siempre. ¿No te acuerdas?

–No. No sé quién es Él. No sé quién eres tú. No sé quién soy yo –respondió como una autómata.

El chico cerró el álbum con un suspiro como banda sonora de fondo, le acarició levemente la cabeza y salió de la habitación. Curiosamente el día anterior la novia de Él había protagonizado una escena similar al despedirse, rendidos ante la amnesia que padecían ambos sin aparente causa clínica. 

En silencio, Él se dirigió a la cama y cuando se disponía a tumbarse, irrumpió Tomás en la habitación, rodeado de mariposas y con una manta en cada mano.

–¡Vamos a ver! –espetó entre furibundo y asustado–. Hace ya dos meses que estas puñeteras mariposas no me dejan en paz. Y es por culpa de vuestras mantas. Esta mañana las he querido llevar a la tintorería y las malditas mariposas han invadido el local. Luego las he intentado dejar en un contenedor y nada, ¡esos bichos se me han lanzado a los ojos para evitarlo! En el bar De siempre me han dicho que estábais aquí ingresados. Yo no sé qué especie de maleficio habéis practicado, pero aquí os dejo vuestras dichosas mantas –gritó enervado saliendo con paso firme de la habitación, dejando las mantas enmedio del suelo y a las mariposas apostadas entre cama y cama más tranquilas que nunca. 

Ellos habían presenciado la escena con cara de pasmo. Se miraron fijamente y empezaron a reir salvajemente. Entre carcajadas y muy sofocado, Él fue a descorrer la cortinilla y abrió la ventana, dejando que la intensidad de la luz lo volviera a inundar todo. Ambos, ya llorando de risa, se dirigieron al centro de la habitación. 

Lo recordaban todo. Nunca habían olvidado nada. Su amnesia no tenía causa clínica aparente porque se trataba de una amnesia voluntaria. Se agacharon para recoger cada cual la que sin duda sabían que era su manta. En ese instante, sus manos se rozaron y Él, acarició sus dedos levemente, con suma ternura e inociencia, como aquel día en el que las mariposas invadieron el vagón. Pero en esta ocasión, las mariposas salieron volando por la ventana mientras ellos las observaban agachados y con los ojos entrecerrados sin remedio a causa de los rayos de sol que entraban por la ventana. Ella se incorporó para cerrarla y desde allí le dijo:

–Ya son libres.

–Pues entonces nosotros también. 

Se cambiaron de ropa, se liaron las mantas a la cabeza y salieron con las manos entrelazadas del hospital. 

–¿Dónde decías que nos íbamos? –le preguntó ella ya en la calle, con una luz tan intensa en sus ojos como la que hacía unos instantes les había cegado en la habitación.  

–A los bosques bajos de Veracruz. ¿Sabías que en México hay más de dos mil especies diferentes de mariposas?

Fin.

lunes, 13 de mayo de 2013

Mariposas en el vagón (IV)

Nos vamos acercando al final de la historia… este es el penúltimo post de “Mariposas en el vagón” y aún no sé qué va a ser de “Ella” y “Él”. Es lo maravilloso de escribir por escribir… que puedo empezar y acabar una historia cuando y como quiera. :)

Hoy: lo que puede salir de una semana contracturada y de un domingo al sol.

Mariposas en el vagón: colisión

Tomás no podía centrarse. Tras lo surrealista y accidentado de aquella mañana, consideró mucho mejor recoger su quiosco y tomarse el resto de la jornada libre. Sus clientes fijos ya habían ido a buscar sus periódicos, revistas y coleccionables varios, así que su conciencia se quedaba más tranquila por cerrar un par de horas antes de lo habitual en un domingo.

Aún estaba temblando por la extraña colisión que había presenciado. Estaba tan tranquilo ordenando los dominicales cuando de repente vio a lado y lado de la calle aquellos extraños bultos que se precipitaban el uno contra el otro a una velocidad de vértigo. Se veía venir, la verdad, aquella especie de fuerza imantada que los iba acercando cada vez más rápido se intuía imparable. Bueno, la fuerza paró, pero de qué manera… los dos bultos colisionaron uno frente al otro y cayeron al suelo justo delante del quiosco de Tomás. Al principio dudó si acercarse o no, por lo fantasmagórico de la imagen más que por otra cosa, pero transcurridos unos cinco segundos se precipitó de forma casi instintiva y apartó cómo pudo lo que descubrió que eran dos mantas. Dos mantas exactamente iguales que cubrían la cabeza y casi todo el cuerpo de un hombre y una mujer jóvenes y recios, que habían ido corriendo el uno hacia al otro con aquellas mantas liadas a la cabeza y que tras colisionar, quedaron tendidos e inconscientes en el suelo. Mientras más personas se arremolinaban y esperaban la llegada de la ambulancia a la que ya había llamado, tuvo unos pocos minutos para observar la curiosa expresión de sus rostros. Se supone que dado que ellos no se daban cuenta, la tentación morbosa de gravar en la retina aquella imagen resultó incontenible para Tomás. Y es que a aquel par, a pesar del golpe sufrido y de estar inconscientes, se les había quedado una sonrisa absurda en la cara.

Al pensar en lo mucho que le impactó la expresión de sus rostros, miró de forma automática en dirección al punto en el que cayeron. El personal sanitario se los había llevado en ambulancia pero habían dejado allí las dos mantas. Se acercó y cuando las levantó, empezaron a volar montones de mariposas. No se sabe si por su visión romántica de la vida, si por alguna extraña conexión con aquellas mariposas o si por su carácter perfeccionista y dado al orden hasta extremos casi enfermizos. Pero mientras se dejaba acariciar por el roce de las alas de aquellas mariposas al vuelo, dobló primero una manta y luego la otra. Las cogió, las metió dentro de su quiosco, lo cerró y se fue para casa con una sonrisa absurda en la cara. Al lunes siguiente le darían los buenos días todas aquellas mariposas que se quedaron decorando su quiosco, como velando las mantas que un día, alguien se lió a la cabeza.

Continuará…

sábado, 27 de abril de 2013

Mariposas en el vagón (III)


Y aquí sigo con mis ejercicios de escritura. Cada vez me da mas pereza la historia, pero siento la necesidad de darle un final. Y he decidido que la duración será de cinco post, así que cada vez falta menos. Que por qué cinco? Pues porque prefiero los números impares y porque me gustan las rimas fáciles y guarrindongas. :P

Hoy: lo que puede salir de una tarde de lluvia y la nostalgia de un aperitivo en una terraza que, por suerte, no tardará en llegar. 

Mariposas en el vagón: redención

Calamares a la romana, patatas bravas, cervezas y vermuts. Periódicos y gafas de sol. Domingo típico y tópico donde los haya.

En la terraza del bar De siempre no quedaba ni una mesa vacía. Resultaba curioso en pleno otoño observar a la clientela sentada con sus abrigos en las frías mesas de acero inoxidable. El sol había vencido la batalla y lucía radiante en un cielo donde las nubes habían preferido hacer un mutis por el foro.

Se habían apoderado de la mitad de la terraza y mientras unos hablaban animadamente, otros leían la prensa del día y ella simplemente observaba. O eso parecía, que observaba. Estaba en otra realidad. Era como si estuviera analizando a sus amigos. O como si se hubiera quedado ensimismada. O como si tuviera resaca y falta de capacidad de reacción. En realidad, era tan simple como que tenía la cabeza en otro sitio. Se le había caído rodando calle abajo. Bueno, aunque también tenía resaca y falta de capacidad de reacción, las cosas como son.

No había dejado de pensar en Él desde que se le escaparon todas las mariposas en el vagón.  Las había estado buscando con todas su fuerzas, pero no lograba cazarlas. La noche anterior había salido con un cazamariposas, pero cuando de repente iba a por una, ésta se zafaba de la trampa en forma de red y huía enloquecida a saber dónde. De verdad que lo que más quería era recuperarlas, que volvieran a casa. No para dejarlas clavadas con un alfiler en  pequeños compartimentos revestidos de terciopelo. Ni tampoco por ningún afán de retención injustificada. Las quería suyas, libres pero bien organizadas. Y no había manera, huían sin más.

Y allí, con el sol atacando vilmente su rostro y viendo sus mariposas volando de aquí para allá, decidió que se rendía. Se rindió ante la realidad más absoluta: jamás recuperaría sus mariposas.

En el bar De siempre acostumbraban a poner mantitas sobre cada una de las sillas para acabar de convencer a los frioleros de sentarse al aire libre cuando el sol lo permitía. La suya la tenía sobre las piernas. La retorció fuertemente con sus manos, como si estuviera escurriendo un paño mojado con cuestionable maestría. Se levantó con la manta entre las manos, dobló su cuerpo hacia abajo y la lió a su cabeza como un turbante.

Se fue corriendo calle arriba, haciendo un “sinpa” y con la manta liada a la cabeza.

Continuará...

lunes, 15 de abril de 2013

Mariposas en el vagón (II)

Esta es una sección “viva” de post de ficción, voy dándole forma a mi antojo. Para empezar, he decidido de momento enlazar los post como si de una única historia se tratara. Así que incluso ya tenemos título para la sección: “Mariposas en el vagón”. Ahí va el segundo post/capítulo. Me ha salido cursi a rabiar, qué le vamos a hacer! Es lunes y estoy blandita… en ocasiones ocurre! ;-)

Hoy: lo que puede salir de un dolor de tripa y de pensar en la belleza de los colores oscuros.

Mariposas en el vagón: revoloteando.

Aquella mañana no estaba preparado para el mundo. Se despertó con los ojos cerrados y decidió quedarse así un rato, mirando hacia dentro. Allí seguía revoloteando una de las mariposas que se le habían escapado el otro día en el vagón. No se explicaba la razón por la que ella se agarró fuertemente con sus patitas a su estómago en lugar de salir volando como hicieron el resto de su compañeras. Se dio cuenta de que era distinta a las demás: tenía las alas y las patas más largas y sus colores eran mucho más apagados que los de sus congéneres. Más bellos, más intensos y más interesantes, aunque mucho más oscuros. Sería una mariposa talludita, resabiada y con el corazón duro, pensó.


Tenían corazón las mariposas? La suya decidió que sí que lo tenía, sin necesidad de consultar ningún manual de biología. Y es que lo oía latir: pum, pum, pum. Aquel bicho precioso iba batiendo sus alas de un lado para otro de su cavidad estomacal a un ritmo cada vez más frenético. Pum-pum, pum-pum, pum-pum, pum-pum. Los latidos cada vez se oían más fuertes y acelerados y su nivel de actividad, en cambio, cada vez era menor. Hasta que se quedó latiendo a la máxima potencia pero quieta. Se había posado junto a su reputación, a la izquierda del diafragma. Latía y temblaba, regalando una imagen de reservada elegancia. Y de repente lo entendió todo: tenía miedo!

Él nunca se había dejado llevar por el miedo. Esta vez no sería diferente y con mucha más razón. Tenía que liberar a la última mariposa para poder encontrar una respuesta a lo que le invadía el alma desde hacía unos meses. Además, tenía el deber de acabar con aquella especie de taquicardia que podía acabar con ella. Había que salvar a aquella mariposa de sus propios temores como fuera. Alguien tenía que hacerle entender que lo importante era su conciencia y no su reputación. Abrió los ojos, se levantó de inmediato, se lió la manta a la cabeza y salió a la calle.

Los vecinos dicen que le vieron correr calle abajo, con una manta liada a la cabeza y en dirección al Bar De Siempre.

Continuará…