Snow White (Mark Ryden)

lunes, 15 de abril de 2013

Mariposas en el vagón (II)

Esta es una sección “viva” de post de ficción, voy dándole forma a mi antojo. Para empezar, he decidido de momento enlazar los post como si de una única historia se tratara. Así que incluso ya tenemos título para la sección: “Mariposas en el vagón”. Ahí va el segundo post/capítulo. Me ha salido cursi a rabiar, qué le vamos a hacer! Es lunes y estoy blandita… en ocasiones ocurre! ;-)

Hoy: lo que puede salir de un dolor de tripa y de pensar en la belleza de los colores oscuros.

Mariposas en el vagón: revoloteando.

Aquella mañana no estaba preparado para el mundo. Se despertó con los ojos cerrados y decidió quedarse así un rato, mirando hacia dentro. Allí seguía revoloteando una de las mariposas que se le habían escapado el otro día en el vagón. No se explicaba la razón por la que ella se agarró fuertemente con sus patitas a su estómago en lugar de salir volando como hicieron el resto de su compañeras. Se dio cuenta de que era distinta a las demás: tenía las alas y las patas más largas y sus colores eran mucho más apagados que los de sus congéneres. Más bellos, más intensos y más interesantes, aunque mucho más oscuros. Sería una mariposa talludita, resabiada y con el corazón duro, pensó.


Tenían corazón las mariposas? La suya decidió que sí que lo tenía, sin necesidad de consultar ningún manual de biología. Y es que lo oía latir: pum, pum, pum. Aquel bicho precioso iba batiendo sus alas de un lado para otro de su cavidad estomacal a un ritmo cada vez más frenético. Pum-pum, pum-pum, pum-pum, pum-pum. Los latidos cada vez se oían más fuertes y acelerados y su nivel de actividad, en cambio, cada vez era menor. Hasta que se quedó latiendo a la máxima potencia pero quieta. Se había posado junto a su reputación, a la izquierda del diafragma. Latía y temblaba, regalando una imagen de reservada elegancia. Y de repente lo entendió todo: tenía miedo!

Él nunca se había dejado llevar por el miedo. Esta vez no sería diferente y con mucha más razón. Tenía que liberar a la última mariposa para poder encontrar una respuesta a lo que le invadía el alma desde hacía unos meses. Además, tenía el deber de acabar con aquella especie de taquicardia que podía acabar con ella. Había que salvar a aquella mariposa de sus propios temores como fuera. Alguien tenía que hacerle entender que lo importante era su conciencia y no su reputación. Abrió los ojos, se levantó de inmediato, se lió la manta a la cabeza y salió a la calle.

Los vecinos dicen que le vieron correr calle abajo, con una manta liada a la cabeza y en dirección al Bar De Siempre.

Continuará…

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