Y aquí sigo con mis ejercicios de escritura. Cada vez me da mas pereza la historia, pero siento la necesidad de darle un final. Y he decidido que la duración será de cinco post, así que cada vez falta menos. Que por qué cinco? Pues porque prefiero los números impares y porque me gustan las rimas fáciles y guarrindongas. :P
Hoy: lo que puede salir de una tarde de lluvia y la nostalgia de un aperitivo en una terraza que, por suerte, no tardará en llegar.
Mariposas en el vagón: redención
Calamares a la romana, patatas bravas, cervezas y vermuts. Periódicos y gafas de sol. Domingo típico y tópico donde los haya.
Calamares a la romana, patatas bravas, cervezas y vermuts. Periódicos y gafas de sol. Domingo típico y tópico donde los haya.
En la terraza del bar De siempre no quedaba ni una mesa vacía.
Resultaba curioso en pleno otoño observar a la clientela sentada con sus
abrigos en las frías mesas de acero inoxidable. El sol había vencido la batalla y
lucía radiante en un cielo donde las nubes habían preferido hacer un mutis por
el foro.
Se habían apoderado de la
mitad de la terraza y mientras unos hablaban animadamente, otros leían la
prensa del día y ella simplemente observaba. O eso parecía, que observaba. Estaba en otra realidad. Era
como si estuviera analizando a sus amigos. O como si se hubiera quedado
ensimismada. O como si tuviera resaca y falta de capacidad de reacción. En
realidad, era tan simple como que tenía la cabeza en otro sitio. Se le había
caído rodando calle abajo. Bueno, aunque también tenía resaca y falta de
capacidad de reacción, las cosas como son.
No había dejado de pensar
en Él desde que se le escaparon todas las mariposas en el vagón. Las había estado buscando con todas su
fuerzas, pero no lograba cazarlas. La noche anterior había salido con un
cazamariposas, pero cuando de repente iba a por una, ésta se zafaba de la
trampa en forma de red y huía enloquecida a saber dónde. De verdad que lo que
más quería era recuperarlas, que volvieran a casa. No para dejarlas clavadas
con un alfiler en pequeños
compartimentos revestidos de terciopelo. Ni tampoco por ningún afán de
retención injustificada. Las quería suyas, libres pero bien organizadas. Y no
había manera, huían sin más.
Y allí, con el sol atacando
vilmente su rostro y viendo sus mariposas volando de aquí para allá, decidió
que se rendía. Se rindió ante la realidad más absoluta: jamás recuperaría sus
mariposas.
En el bar De siempre acostumbraban a poner
mantitas sobre cada una de las sillas para acabar de convencer a los frioleros
de sentarse al aire libre cuando el sol lo permitía. La suya la tenía sobre las
piernas. La retorció fuertemente con sus manos, como si estuviera escurriendo
un paño mojado con cuestionable maestría. Se levantó con la manta entre las
manos, dobló su cuerpo hacia abajo y la lió a su cabeza como un turbante.
Se fue corriendo calle
arriba, haciendo un “sinpa” y con la manta liada a la cabeza.
Continuará...
Continuará...