Snow White (Mark Ryden)

sábado, 27 de abril de 2013

Mariposas en el vagón (III)


Y aquí sigo con mis ejercicios de escritura. Cada vez me da mas pereza la historia, pero siento la necesidad de darle un final. Y he decidido que la duración será de cinco post, así que cada vez falta menos. Que por qué cinco? Pues porque prefiero los números impares y porque me gustan las rimas fáciles y guarrindongas. :P

Hoy: lo que puede salir de una tarde de lluvia y la nostalgia de un aperitivo en una terraza que, por suerte, no tardará en llegar. 

Mariposas en el vagón: redención

Calamares a la romana, patatas bravas, cervezas y vermuts. Periódicos y gafas de sol. Domingo típico y tópico donde los haya.

En la terraza del bar De siempre no quedaba ni una mesa vacía. Resultaba curioso en pleno otoño observar a la clientela sentada con sus abrigos en las frías mesas de acero inoxidable. El sol había vencido la batalla y lucía radiante en un cielo donde las nubes habían preferido hacer un mutis por el foro.

Se habían apoderado de la mitad de la terraza y mientras unos hablaban animadamente, otros leían la prensa del día y ella simplemente observaba. O eso parecía, que observaba. Estaba en otra realidad. Era como si estuviera analizando a sus amigos. O como si se hubiera quedado ensimismada. O como si tuviera resaca y falta de capacidad de reacción. En realidad, era tan simple como que tenía la cabeza en otro sitio. Se le había caído rodando calle abajo. Bueno, aunque también tenía resaca y falta de capacidad de reacción, las cosas como son.

No había dejado de pensar en Él desde que se le escaparon todas las mariposas en el vagón.  Las había estado buscando con todas su fuerzas, pero no lograba cazarlas. La noche anterior había salido con un cazamariposas, pero cuando de repente iba a por una, ésta se zafaba de la trampa en forma de red y huía enloquecida a saber dónde. De verdad que lo que más quería era recuperarlas, que volvieran a casa. No para dejarlas clavadas con un alfiler en  pequeños compartimentos revestidos de terciopelo. Ni tampoco por ningún afán de retención injustificada. Las quería suyas, libres pero bien organizadas. Y no había manera, huían sin más.

Y allí, con el sol atacando vilmente su rostro y viendo sus mariposas volando de aquí para allá, decidió que se rendía. Se rindió ante la realidad más absoluta: jamás recuperaría sus mariposas.

En el bar De siempre acostumbraban a poner mantitas sobre cada una de las sillas para acabar de convencer a los frioleros de sentarse al aire libre cuando el sol lo permitía. La suya la tenía sobre las piernas. La retorció fuertemente con sus manos, como si estuviera escurriendo un paño mojado con cuestionable maestría. Se levantó con la manta entre las manos, dobló su cuerpo hacia abajo y la lió a su cabeza como un turbante.

Se fue corriendo calle arriba, haciendo un “sinpa” y con la manta liada a la cabeza.

Continuará...

lunes, 15 de abril de 2013

Mariposas en el vagón (II)

Esta es una sección “viva” de post de ficción, voy dándole forma a mi antojo. Para empezar, he decidido de momento enlazar los post como si de una única historia se tratara. Así que incluso ya tenemos título para la sección: “Mariposas en el vagón”. Ahí va el segundo post/capítulo. Me ha salido cursi a rabiar, qué le vamos a hacer! Es lunes y estoy blandita… en ocasiones ocurre! ;-)

Hoy: lo que puede salir de un dolor de tripa y de pensar en la belleza de los colores oscuros.

Mariposas en el vagón: revoloteando.

Aquella mañana no estaba preparado para el mundo. Se despertó con los ojos cerrados y decidió quedarse así un rato, mirando hacia dentro. Allí seguía revoloteando una de las mariposas que se le habían escapado el otro día en el vagón. No se explicaba la razón por la que ella se agarró fuertemente con sus patitas a su estómago en lugar de salir volando como hicieron el resto de su compañeras. Se dio cuenta de que era distinta a las demás: tenía las alas y las patas más largas y sus colores eran mucho más apagados que los de sus congéneres. Más bellos, más intensos y más interesantes, aunque mucho más oscuros. Sería una mariposa talludita, resabiada y con el corazón duro, pensó.


Tenían corazón las mariposas? La suya decidió que sí que lo tenía, sin necesidad de consultar ningún manual de biología. Y es que lo oía latir: pum, pum, pum. Aquel bicho precioso iba batiendo sus alas de un lado para otro de su cavidad estomacal a un ritmo cada vez más frenético. Pum-pum, pum-pum, pum-pum, pum-pum. Los latidos cada vez se oían más fuertes y acelerados y su nivel de actividad, en cambio, cada vez era menor. Hasta que se quedó latiendo a la máxima potencia pero quieta. Se había posado junto a su reputación, a la izquierda del diafragma. Latía y temblaba, regalando una imagen de reservada elegancia. Y de repente lo entendió todo: tenía miedo!

Él nunca se había dejado llevar por el miedo. Esta vez no sería diferente y con mucha más razón. Tenía que liberar a la última mariposa para poder encontrar una respuesta a lo que le invadía el alma desde hacía unos meses. Además, tenía el deber de acabar con aquella especie de taquicardia que podía acabar con ella. Había que salvar a aquella mariposa de sus propios temores como fuera. Alguien tenía que hacerle entender que lo importante era su conciencia y no su reputación. Abrió los ojos, se levantó de inmediato, se lió la manta a la cabeza y salió a la calle.

Los vecinos dicen que le vieron correr calle abajo, con una manta liada a la cabeza y en dirección al Bar De Siempre.

Continuará…

martes, 9 de abril de 2013

“Mi ambición es morir como un río, ya noto la sal”


Hace dos días que José Luis Sampedro se dio cuenta de que ya era mar. En la magnífica entrevista que le hicieron en El País en junio del 2011, nos decía que ya notaba la sal. Podéis leerla íntegra aquí.

El genio de los números que estudiaba la economía tratando de buscar soluciones para hacer menos pobres a los pobres. El literato que nos regaló La sonrisa etrusca, La vieja sirena y el Amante lesbiano entre otras obras.

Parafraseando a Pío Baroja, se definía como un hombre humilde y errante y no tenía ningún pudor al reconocer su pasado miliciano durante el cual combatió en los dos bandos, de los que renegó finalmente ante las atrocidades de la guerra.

Para Sampedro, el alma era la mente y su neurona fue capaz de extraer, incluso de lo más pernicioso, lecciones de vida para compartir con todos. Fue un humanista de raza.

En sus últimos años logró fijarse en la retina de los más jóvenes gracias a su compromiso con el movimiento indignado. Por ello, hoy muchos que jamás lo podrían haber ni imaginado, ya saben que otro sistema económico es posible.

El domingo te tomaste un Campari y desembocaste en el mar tras dar las gracias a los que te querían. Tenías miedo de fallar al final pero incluso al irte, triunfaste.

"No necesito la esperanza de un personaje que me acoja. Admito que haya más allá, pero no un señor pendiente de José Luis”. Pues aquí, en el “menos allá”, seguiremos pendientes del legado de José Luis.