Snow White (Mark Ryden)

miércoles, 27 de marzo de 2013

Mariposas en el vagón (I)


Gestos fugaces, propios o ajenos. Observación que roza el espionaje. Coger un detalle nimio y
alimentarlo hasta crear una historia. De eso, de las cosas más pequeñas e insignificantes a ojos de muchos nace esta nueva sección de post de ficción, que irá tomando forma según vaya encontrando insignificancias maleables por el mundo.



Hoy: lo que puede salir del análisis de una caricia fugaz.



Mariposas en el vagón: el principio del gran viaje. 

El vagón de metro estaba desierto en comparación a lo que era habitual. Las huelgas de días anteriores probablemente habían provocado que muchos usuarios habituales escogieran otras opciones de transporte aquella mañana. A esa misma hora y en ese mismo lugar era fácil ver a hombres y mujeres pingüino leyendo el periódico sin poder despegar los codos de su cuerpo: aquella mañana no. Aquella mañana había libertad de movimientos.

Él tenía una mirada intrigante e impregnada de ternura. Era un hombre joven y con ese tipo de corpulencia que denota fortaleza y bondad al mismo tiempo. Se levantó de su asiento, dejando el hueco vacío junto a la que parecía ser su novia. Se trataba de una niña-mujer de lo más dulce, que comía chicle y hablaba con una chica que tenía a su otro lado. Se podía deducir que eran pareja por la delicadeza con la que la trataba él y por el delirio con el que lo miraba ella.

Se dirigió al grupo de tres mujeres que tenía delante. Se sentó e interrumpió la conversación enfundado en una sonrisa tímida. Quería un chicle y ella debía tener alguno de calidad excepcional, tan fuera de lo común como para hacer que se levantara en lugar de pedírselo a su novia, que seguía masca que te masca en los asientos de enfrente. Ella, la dueña y señora de los chicles más fantásticos que nadie pudiera imaginar, tenía la misma corpulencia bondadosa que él. Disponía de una energía con la que había llenado el vagón entero. Tanto, que se podría llegar a entender que alguien la pudiera tildar incluso de excesiva. Hablaba, gesticulaba, reía y lo más importante: hacía reír a los demás.

Le pasó los chicles casi sin mirarle, salvando el obstáculo de tener a otra amiga sentada entre ambos. Hablaban los cuatro de cualquier tema sin importancia. Él le devolvió el paquete sin previo aviso pero no de cualquier manera. Estirando su brazo llegó a la mano de Ella y le acarició levemente los dedos estratégicamente tapados por el paquete de chicles. Ella giró el cuello con marcada lentitud para no mirarlo a los ojos. Él siguió acariciando con suma ternura e inocencia sus dedos. Ella se quedó como una estatua de sal, pensativa, mirando en la dirección contraria. Estaba claramente aturdida, expiraba una mezcla de placer y confusión. Y así estuvieron unos diez segundos, Él y Ella, dejándose mecer por ese momento tan inconfesable, tan secreto, tan silencioso. Tan insignificante para sus amigos que ni se dieron cuenta. Tan intenso para ellos como para que se les cambiara la mirada de por vida.

Y de repente, vi como miles de mariposas salieron de sus estómagos e invadieron el vagón.

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